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sábado, 25 de mayo de 2013

Gritos en silencio


  Gritos en silencio

          Las propias gotas de sudor que se precipitaban sobre mis ojos me devolvieron a la realidad en la que me perdí horas antes. 
          Poco a poco se fueron adaptando a la oscuridad y, como le aconteciese al  mismísimo Lestat de Lioncourt en sus despertares, mi aliento olía a sangre, sangre coagulada, sangre todavía caliente y, aunque el tacto de mi lengua era suave, la aspereza dilatada de mi boca me indicaba que la noche se había enrarecido más de lo normal.
                    Me tomé mi tiempo para deleitarme con su sabor e intenté concentrarme en recordar cada segundo de lo ocurrido. Este era un momento sublime, cerraba los ojos, llenaba mis pulmones de aire y, poco a poco, volvía a sentir como su sangre me penetraba como si de un río bravo a la conquista de mis entrañas se tratase. Yo lo llamaba  "el lujurioso placer del recuerdo". Y eso es lo que hice.
                    Pero algo no marchaba bien, algo hacía que sólo me encontrara con ecos aludidos que ensombrecían mi evocación, el preciado objeto del deseo estaba perdido en la penumbra de mi propia esencia.
                    Noté como empezaba a agitarse mi corazón, el músculo que alimentaba de ambrosía mi reíno, empezaba a cabalgar desbocado y eso no me ayudaba mucho, por no decir nada, a adivinar la razón que lo causaba.
                    Mi respiración comenzó a transformar su tranquilo caminar de la amanecida en el batir de tres mil alas de mil quinientas aves. 
                    Los apéndices de mis manos se cerraron como garras, con tanta fuerza que noté como me desgarraban la piel tal cual un puñal rasgara un lienzo.
                    Y de pronto noté como un nudo atenazaba mi garganta, apretaba con tanta fuerza que dificultaba el flujo de la saliva, era como si sus moléculas se hubieran derretido sobre las cuerdas vocales para fundirlas con la nuez en la  construcción de un muro que bloquease el paso de mis propias babas.
                   Noté que mis ojos se humedecían, pude vislumbrar en la oscuridad el brillo de las lágrimas que comenzaba a manar de sus, hasta hacía unos instantes, áridas glándulas. y fue como un chispazo, un destello dentro de mis sentidos, un fogonazo de verdad el que trajo la evidencia envuelta de dolor. 
                   Había sucedido lo que tanto tiempo había intentado evitar, eso por lo que tanto había luchando contra mi propia naturaleza, aquello que tanto me había torturado hasta el punto de haberme olvidado de mi propia identidad. 
                   Había destruido la pasión que me mantenía viva dentro de mis tinieblas, aquello por lo que, alguna vez, me atreví a emerger a la luz para deleitarme con el aroma de sus pechos, para conocer la locura que causaba su sonrisa, para no querer volver a morir después de haber notado la suavidad de su piel. 
                  Supe que la amaba cuando escuche su voz y comprendí entonces lo que ocurriría después. Su muerte me pertenecía y ella ya era mía.

Krak@                                                        Collage: MarMax


                    

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